Reseña: Antoine de Saint-Exupéry – El principito

¡Muy buenas a todos! ¡Felices vacaciones! Me disculparéis la ausencia, por favor. He vuelto al fin al trabajo y he necesitado tiempo para ponerme al día. Por suerte, ya estoy por aquí de nuevo, y lo hago con un montón de contenido preparado para vosotros, que iréis viendo en las próximas semanas. Comencemos con la primera reseña del mes, ni más ni menos que El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. ¡Vamos al temita!

Saint-Exupéry fue un escritor y aviador francés que falleció a los 44 años en plena II Guerra Mundial en un aparente accidente aéreo. Fue periodista en Argentina y trabajó en la línea de correo aéreo que comunicaba al Sáhara con España y Francia. En su haber cuenta con ocho obras publicadas, varias de ellas de forma póstuma, siendo El Principito una de las que pudo ver editadas en vida.  El principito se ha convertido en el libro escrito en francés más leído y más traducido. Así pues, cuenta con traducciones a más de doscientos cincuenta idiomas, incluyendo el sistema de lectura braille.

La obra es un cuento poético que viene acompañado de ilustraciones hechas con acuarelas por el mismo Saint-Exupéry.​ En él, un piloto se encuentra perdido en el desierto del Sahara después de que su avión sufriera una avería, pero para su sorpresa, es allí donde conoce a un pequeño príncipe proveniente de otro planeta. La historia tiene una temática filosófica, donde se incluyen críticas sociales dirigidas a la «extrañeza» con la que los adultos ven las cosas.

Durante las apenas cien páginas que componen este cuento, veremos dos personajes principales: el aviador, que es el narrador de la obra; y el propio principito, que es el auténtico protagonista. Este vive en su planeta pequeño, en el que cuida de una rosa maliciosa que le anima a conocer otros planetas. Es aquí cuando la obra crece, y acompañamos al principito en su periplo por los diferentes astros que encuentra, conociendo a una serie de personajes secundarios: por ejemplo, el farolero vive en un planeta alumbrando y apagando una farola en función de si es de día o de noche. Por otro lado, tenemos al rey que gobierna sobre nadie y que ansía tener un súbdito, o al ávaro que se limita a contar las estrellas como si fueran suyas.

Todos estos personajes son metáforas de actitudes de los adultos: el rey es el jefe, el mandamás; mientras que el ávaro representa al egoísmo del hombre, que busca reconocimiento social. Por otro lado, la rosa es el ego del hombre, el amor propio, y por ello es tan frágil e importante de cuidar. El farolero, por su parte, somos todos los trabajadores, mientras que el aviador somos nosotros mismos de adultos, nuestro propio reflejo. No en vano, el propio autor había sido aviador.

Imagino que de niño, este libro me habría podido dar lecciones y moralejas sobre nuestro propio paso de la infancia a la adultez. Leyéndolo con treinta años, se me queda corto y vacío. Entiendo las metáforas, pero en realidad, la historia no cuenta nada. Pero para los jóvenes puede ser un libro del que podrían sacar multitud de conclusiones. De hecho, al ser un cuento, es a ellos a quien está enfocado, así que recomiendo su lectura. Podéis haceros con un ejemplar aquí.

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