Relato publicado: 21st Century Schizoid Man

¡Bueno, bueno, bueno! ¿Cuánto tiempo llevaba sin acercaros esta «sección»? Yo creo que unos tres años más o menos, ¿no? Con lo que me gusta escribir ficción… Es cierto que estos años me he centrado, lógicamente, en mis libros sobre historia de Asia, pero el bueno de Sergio Ramos López contactó conmigo para participar en su antología Historias de Malasaña y… ¿Cómo iba a negarme?

Historias de Malasaña es una colección de relatos breves de cuarenta autores diferentes, con sus variopintos estilos y puntos de vista con un punto en común: escenificar el barrio de Malasaña de una forma u otra. El propósito de la antología no podía ser más noble: recaudar fondos para ayudar al pequeño comercio del barrio. Espero, de todo corazón, que haya sido así. Hubo una presentación a la que por desgracia no pude asistir, aunque me habría encantado. Ha contado con una buena repercusión, ya que han hablado de ella en El diario.es, por poner un ejemplo.

Si os animáis a adquirir un ejemplar, os dejo aquí el enlace. Os dejo, para que os animéis, unos pocos párrafos para abriros el apetito. El nombre de mi relato alude a la famosa canción de King Crimson. ¡Espero que os guste!

Portada de la edición de Bala Perdida.

Una cafetería cerrada. Una tienda de ropa que echa el candado. Un espacio cultural que sucumbe.

Otra lágrima más que cae a la acera.

Como cada jornada, desde hace meses, me encuentro haciendo cola a las afueras de la asociación vecinal, con la esperanza de que la comida llegue para todos los que estamos esperando pacientemente. He perdido la cuenta de los días que llevo aguardando al desenlace de esta situación, y la realidad es que parece estar lejos de terminar. Todos nos hemos tapado la boca y la nariz, hemos aceptado unas normas cuya decisión está, al parecer, y por desgracia, lejos de nuestro entendimiento. Muchos se han puesto, también, una venda o una mascarilla mental. Otros simplemente luchamos por sobrevivir.

Pero esto no siempre fue así.

Aún recuerdo cuando, caminando por la calle Barceló, uno podía encontrarse una sala de conciertos cuyo nombre cambiaba cada cierto tiempo. Al lado, un hotel que también ofrecía su espacio cuando la ocasión lo merecía, para que músicos de todos los confines del mundo pudieran expresar su amor al arte. Si se seguía caminando, podía encontrar salas de exposiciones, y si continuaba callejeando, podía perderse por la amplia variedad de garitos y de discotecas que allí se encontraban, dispuestas a alegrarle a la sociedad la noche. Preparadas para darle vida a la ciudad.

Me encuentro lejos de aquella zona, pero estoy seguro de que el panorama es igual de desolador que en esta plaza.

Ahora mismo podría diferenciar doscientas tonalidades de grises, y me parecerían pocas. Últimamente, mi entorno me obliga a abrazar las más oscuras, aunque hubo un tiempo en el que no era necesariamente de este modo.

La verdad es que, si te soy sincero, hace tiempo que no me reconozco.

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